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Respetando a los muertos

La deshumanización del fallecido ministro de defensa Carlos Holmes Trujillo, quien sucumbió al COVID-19, hizo dolorosamente claro lo lejos que estamos de la paz.

Cuando leí acerca de la muerte de Trujillo a las 5AM el martes quedé destruido, no porque me gustase el tipo, es simplemente como me siento cuando la gente muere.
Doce horas después, estaba en shock al ver como críticos del gobierno radicalizados estaban deshumanizando al político fallecido y rehusándose a dejar que su familia haga su luto en paz.

Esto es en parte porque Trujillo terminó siendo víctima del mismo sistema estatal que deshumaniza a los colombianos al reducirlos sólo a números.Convirtiendo a personas en números
Los periódicos pudieron haber estado al tope, pero el ministro de defensa se había vuelto invisible a las 5PM cuando fue agregado al informe diario de coronavirus del ministerio de salud.

A esa hora, el ministro había sido reducido a 0.0026% de la gente que ha muerto del coronavirus o de complicaciones relacionadas con el mismo tan solo el martes, de acuerdo con el informe. Trujillo ya no tenía un nombre, pero se había vuelto un número minúsculo.

El ministro de defensa dejó atrás a una esposa, Alba Lucia, y cuatro hijos, Carlos Mauricio, Camilo, Iván y Rodrigo, pero es que aquí las cosas se ponen interesantes porque aunque son las familias que sobreviven que importan, los que cuentan son los muertos.
Asumo que casi todos los 55 mil colombianos que han fallecido de covid en el último año han dejado un igual número de familias destruidas y probablemente a muchos huérfanos. No estoy seguro, porque ellos no entran al sistema.

A diferencia de la esposa e hijos de Trujillo, quienes al menos recibieron algo de reconocimiento en la prensa, todas las otras familias y huérfanos son invisibles.
Manipulando estadísticas
La muerte del ministro puede que haya sido estadísticamente irrelevante, pero que tal ‘El Guelo’, él ni es el 0.0000037% de las las víctimas que murieron en el conflicto armado de Colombia.

El departamento de policía de Medellín supuso que el asesinato en el 2009 del aficionado del hip hop tenía que ver con pandillas porque El Guelo era de Aranjuez, una comuna marginalizada.
El presumir que el 0.0000037% de los fallecidos por el conflicto armado era un pillo lo hizo tan irrelevante que el asesinato del Guelo ni siquiera fue investigado.
Ahora, El Guelo no era ningún pandillero, él era mi amigo y era todo menos irrelevante.

Con nuestro amigo mutuo, Giovanni, estábamos trabajando en una serie de televisión para documentar la historia del hip hop en Medellín hasta que un cabecilla de La Oficina de Envigado mandó a volar los sesos a mi amigo.
Luego de su asesinato, la policía redujo a mi amigo a una estadística irrelevante mientras que su familia, sus sueños y sus amigos quedaron destruidos.

Cientos de víctimas de homicidios fueron alimentadas a los peces del Rio Medellín luego del asesinato de El Guelo, porque los homicidios se salieron de las manos.
Las estadísticas son más importantes que las personas sobre todo cuando quieres hacer propaganda y pretender que Medellín era un ejemplo de “transformación.”
Así que, para mantener las estadísticas de homicidios bajas, la gente simplemente era “desaparecida”.

Once muchachos de Soacha fueron ejecutados por el ejército en el 2008 para inflar las estadísticas de los muertos en combate de un batallón del ejército ese día.
“No estarían recogiendo café” dijo el expresidente Álvaro Uribe, insinuando que las víctimas de homicidio no andaban en nada bueno, igual como con El Guelo.
Para el 2014, la fiscalía descubrió que el ejército había asesinado a más de 4500 personas, cada uno de ellos apareciendo en las estadísticas como un guerrillero “neutralizado.”
Sus cuerpos habían sido desaparecidos. Lo que apareció fue otra campaña de propaganda utilizando las estadísticas de supuestos guerrilleros muertos en combate demostrando el “éxito” de la guerra.

Esta conversión de vidas humanas a estadísticas es una característica clave del conflicto armado y de la violencia política en Colombia que se volvió común globalmente durante el coronavirus.

El volver la realidad en un abstracto le permite a la gente que no sabe la diferencia entre el índice de letalidad y fatalidad hablar sobre seres humanos como si fuesen números, jugando con mapas, contabilizando cosas, sin darse cuenta que cada número representa a un ser humano con una familia como Trujillo.

En Colombia, esta deshumanización ya era de por si común por la guerra, pero ahora regresó fortalecido por el coronavirus y con venganza, lo que afectó a la familia del difunto ministro de defensa.
Deshumanizando a los muertos
Porque sé su nombre y su familia, la de Trujillo fue la primera muerte de covid-19 que me permitió re-humanizar a la gente y deshacer ese abstractificación de la realidad. Querría mostrar la tragedia tras un número y hacer a la gente sensible acerca del sufrimiento causado por la muerte.

Mi intento falló miserablemente. El ministro de defensa aparentemente era percibido, gracias a su labor, como un animal; tanto así que ni siquiera a su familia – los cuales nunca hicieron daño a nadie – se le dio la menor cantidad de dignidad posible para lamentar la pérdida de su ser querido.

A la familia de Trujillo no se le extendió este respeto porque el fallecido ministro de defensa era un presunto asesino, responsable de al menos una masacre y cómplice en tres campañas de terrorismo.
Trujillo hasta bombardeó niños reiteraba la gente en las redes sociales, lo cual es falso. Aunque fuese cierto, nada hace que la muerte del ministro sea menos trágica.

Sea lo que sea que Trujillo haya hecho, en mi opinión, su familia tiene derecho a hacer el luto por su esposo y padre sin buitres políticos que tratan de robar su dignidad.
Lo triste del asunto es que la familia cayó víctima de los mismos métodos usados por el difunto ministro de defensa ya que sus detractores usaban abstractos y eufemismos para deshumanizar a Trujillo, sin darse cuenta de que no estaban irrespetando a un hombre muerto, sino a su esposa e hijos dolientes los cuales no tenían nada que ver con nada.

“A los muertos les vale verga tu respeto, están muertos. Uno le muestra empatía a sus familias que no le han hecho daño a nadie, es decencia común” le escribí a un tipo.
“Si, exactamente la misma empatía que él le negó a las familias” de víctimas, me respondió.

“Así que, haces exactamente lo que dizque rechazas. No eres solamente un hijueputa sino que también un puto hipócrita” le informé.
Al parecer pedir respeto por la familia de Trujillo era mucho para ese tipo y para todo un ejército de críticos del gobierno.

Las vidas colombianas importan
Por otra parte y con el mismo cinismo, los aliados del gobierno ignoraron la existencia de las víctimas de crímenes de lesa humanidad cometidos bajo el mandato del fallecido ministro.

De acuerdo con el presidente Iván Duque, la vida de Trujillo como ministro de defensa “era la reflexión más pura de vocación y servicio público” a pesar de las víctimas y la evidencia de una masacre, campañas de terror en Bogotá y Cali, y los que percibí yo como un desprecio general hacia los derechos humanos.
Matthew Swift, un gringo que hace lobby corporativo, dijo que el ministro de defensa era un “defensor de la libertad”, ignorando el hecho de que Trujillo reprimió brutalmente a las protestas pacíficas que tuvieron lugar en el 2019 y durante las cuales 10 mil personas inocentes fueron detenidas.

El nuevo portavoz del Departamento de Estado de EE.UU. hasta llamó al ministro difunto, quien supervisó la masacre de 13 personas en Bogotá y Soacha en septiembre del año pasado, “un patriota, defensor de la democracia y un socio de los Estados Unidos.”

Le escribí a mi contacto en la embajada de EE.UU que el gobierno estadounidense llamando “patriota” o “socio de los estados unidos” a cualquier persona de la que se tengan sospechas de estar implicado en matar ciudadanos colombianos puede que no sea el mensaje que Washington DC quiera estar enviando ahora.

Siendo honesto, no puedo imaginar que así sea. La administración del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, no tiene nada que ganar si Colombia se mueve más lejos aún de construir la paz.

Pero solo por estar seguro, le envié a mi contacto el video de Pablo Escobar alabando al padre de Trujillo y reitere que “estamos en un campo minado”.
La realidad es que a menos que la administración de Biden apoye a la paz no la encontraremos.

AUTOR
Adriaan Alsema
Periodista y “Enfant-terrible-en-jefe” de Colombia Reports
@adriaanalsema